
No pudo evitar caer al suelo cuando escucho la última frase de Miguel, no pudo evitarlo al mismo tiempo que la alfombra de color blanco llena de manchas se mancho aun más con el pincel bañado en acuarela roja.
Esperaba deseperadamente el llamado, para lo cuál se miraba frente al espejo con una copa de vino en la mano y el pincel en la otra, ¿o no querido lector?, respondeme ¿quién es Mariela?, ¿por qué razón no entiendes nada de lo que estoy escribiendo?, ¿por que Mariela llora pateticamente cuando se mira frente al espejo?, ¿que le causa esa pena?, ¿qué le pasa a ese imbecil que no la entiende?.
El pobre tipo estaba sentado en la plaza llena de maicillo y barro, prácticaba como decir a Mariela su decisión. Punto uno: justificarse no valía la pena, pero si callar de una vez la insoportable soledad. Punto dos:¿cómo decirlo?, ¿cómo hacerlo sin esconder la mirada en la alfombra blanca?, ¿cómo no arrancar despues?, dime lector ¿cómo seguir de pie con una actitud normal?, ¿cómo olvidar que la vida va a irse a la mierda?, ¿cómo convencerla y seguir viendo Santiago desde una ventana tranquilo?.
-Mariela me voy.
-No lo hagas...
-No te puedo decir lo que siempre te he tenido que decir.
-Yo sé lo que tienes que decir.
-No creo que puedas saber.
-Pero sé, desde que te conocí lo se.
-Te formaste una imagen de mi antes de que nos conocieramos, y todavía es la misma. No creo que sirva de nada decirte, pero lo voy a hacer para que te sientas mal, por que por tu culpa yo siempre voy a estar mal.
En ese momento Mariela se volteo hacía la ventana de la Oficina de Prestaciones de Servicios a Terceros y Miguel salio corriendo por la puerta dejando un tazón con Coca-cola de regalo para la bella mujer que caía al suelo con la acuarela roja chorreando la alfombra blanca.
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