Eran las 23:40 del 24 de junio de 2005 y la calle Armerías parecía una fotografía oscura, no se movía nada; ni los animales, ni las hojas, ni la basura, no se movía nada.
Margarita tenía clases de ballet los jueves por la tarde y su rutina terminaba comunmente a eso de las diez y media, por lo que a se bajaba de la micro a la hora que los noticiarios de bajo perfil catalogaban como más peligrosa.
A pesar de las advertenvias mediaticas, y de la oscuridad invernal de Santiago, ella caminaba lento rumbo a su casa, pensando en movimientos, en sonidos, en las sombras cambiantes que producían la luz de los faroles blancos.
Ese día, al llegar a la entrada de su casa encontró un paquete envuelto en papel de diario que
en su superficie incluía un mensaje escrito con tinta roja, Margarita lo tomó y trató de leer pero la poca luz de la calle no le permitió hacerlo así que tomo las llaves de su cartera y abrió el portón metálico mientras miraba el paquete e intentaba adivinar que decía el mensaje.
Luego caminó los diez pasos correspondientes y mientras sacaba la llave de su cartera se percato de que la puerta de su casa ya estaba abierta y de que sólo estaba encendida la luz de una de las piezas traseras.
Encendió la luz y se quedo estática en la puerta a la vez que pudo ver en el espejo, una sombra atrás suyo y leer la frase del paquete que rezaba un mensaje que nunca pudo terminar de leer.
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