jueves, mayo 24, 2007

Cuento

Son las ocho con cuarenta y dos minutos de la mañana, el carro se acaba de llenar y no queda espacio para hacer nada, ni siquiera para leer el pequeño librito que me conseguí la semana pasada. Trataba de leer cuando el carro freno en seco entre la Usach y Estación Central y la vieja de parca roja cometió el grave error de apoyarse sobre mi hombro, lo que me produjo un dolor poco sutil. En el momento pensé que no era nada, pero luego el dolor volvería con mas ganas de fastidiar el día.

Bueno estaba mirando al techo del carro, cuando de pronto me fije en la hermosa mujer de pelo crespo y chaleco negro. Es estúpido decirlo, pero sentí que debía hablarle o tal vez llamar su atención de tal forma que ella fuera la que me hablara a mi, que me preguntara lo que fuera y yo en cualquiera de los casos respondiera de forma pausada, y que le aclarara que lo que fuera que hubiera hecho lo estaba haciendo para llamar su atención. Entonces ella pondría su mirada fija sobre mí, el tiempo se detendría un poco y yo aprovecharía de mencionarle que creo que la conozco de otro lugar, pero que no se de que lugar y ella se reiría pensando que soy un embustero de mal aspecto, pero yo seguiría insistiendo por que estaría diciendo la verdad o al menos eso creería.

Los escolares que irían al lado de nosotros nos mirarían extrañados, por que ellos pensarían que ese tipo de relatos solo son cuentos, como los cuentos que probablemente leería su tío soltero mientras estuviera fumando un caño, un viernes por la noche. Ellos se reirían pensando cuan lejos están de tener mi edad y cuan lejos están de pararse a hablarle de esa forma tan confianzuda a una mujer tan bella y tan desconocida.

Finalmente yo con mucho esfuerzo, conseguiría que me aceptara un café, una conversación de verdad, algo que me permitiera saber de donde la conozco, o de donde creo que la conozco y que, a su vez, le permitiera a ella recordarme o obligarse a inventar un pasado donde yo hubiera existido, tal vez en sus sueños o en una idea que se le creo a eso de los quince años, leyendo uno de esos viejos cuentos que su abuela la habría regalado durante algún invierno.

1 comentario:

Africa dijo...

Gracias a transantiago descubri la gran diferencia entre una micro y el metro.

En la micro todos estamos en lo mismo,viajando enelando tu hogar y si algo pasa todos somos parte de ello. En cambio en el metro somos todos burbujas y vemos a distancia los personajes y situaciones que ocurren.

Buen relato, atrapa justo esa situacion de seres juntos pero distantes que encuentro en el metro


Saludos
África