Esa serie de pequeños detalles, ruidos sutiles, ese crujido del suelo de madera y los vientos del piso de arriba eran habitules compañías de las tardes de fines de invierno.
Me cuesta bailar, siempre me costo. A veces comenzaba seguro, pero con el paso de las canciones me desestabilizaba, pensaba que lo hacía mal y pensaba que los demas pensaban que lo hacía mal.
A eso de las seis me bajaba el sueño o la desesperanza, una quietud interminable e insoportable.
jueves, agosto 24, 2006
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