
De pronto mi concentración se quebró completamente, me cubrí la cara y cuando levante la vista, todos los vidrios del ventanal habían caído sobre la guitarra y la ropa tirada en el suelo.
Me levante cubriéndome con los brazos, sin entender bien lo que había sucedido y trate de asomarme por la ventana.
Solo estaba yo y mi carro, mi trabajo. El mundo de verdad no existía, con esa premisa el día se volvía soportable y para centrarse en las labores, solo tenía que pensar en separar la basura de los papeles blancos. Lo unico importante son las hojas en blanco con textos en negro, las fotos no.
Había almorzado en Merced, en la esquina con Mac Iver. Almorzar con frío no es sano.
Pero no importa yo me repetía una y otra vez que “el mundo no existía” y a veces de verdad lo creía.