Le perdió el miedo a todo menos a él mismo. Rozaba las calles en algunas tardes y asi logró conocer la verdad de Santiago Centro.
Tuvo semanas pésimas, donde nunca parecía una buena idea tratar de levantarse. Cuando llegó a su casa colgo los botines, guardo la guitarra y recuerdo de golpe;
- ¡Así que queris cambiar el mundo conchetumadre!, esperate un ratito, oye Gonzales este gueón cree que va a cambiar el mundo, aplícale pa que aprenda.
El silencio siguio al recuerdo una infinita cantidad de veces, y en ocasiones un vino o un cigarro, por supuesto, de mala calidad.
Vociferar no era la unica forma de establecer verdades, pero si una bastante eficaz y por esos días los únicos con derecho a imponer verdades (muy relativas) eran ellos, los intocables, inalterables, que suponían que el provocar miedo era un especie de valor (una contradicción bastante fundamental) y no lograban entender que la vida funciona de forma completamente opuesta.
Suponian que hablando ellos, harian desaparecer otros puntos de vista, pero nuevamente se equivocaron.
Años despues volvía a caminar en las tardes del casco histórico y sentía en el aire cierta decadencia, a la vez que una profunda honestidad. Eso entendía como el Chile del 2010; una mezcla de sombras, de cafes con piernas, de churrascos, lanzazos, maquinas tragamonedas, silencios y días nublados, por que Santiago es escencialmente una ciudad nublada, aunque a veces parezca que sale el sol.
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