
Marcelo y Oscar conducen la camioneta Nissan roja. Algo nublados por la marihuana. Algo borrachos por las cervezas tibias que bebieron en casa de Martina. Como sea conversan. Como sea conversan felices de algo que tiene poco sentido e intentan recordar donde están y que están haciendo.
Martina cierra las cortinas y se tira sobre su cama. Se tira y cierra los ojos. Se tira y espera sentirse mejor así. Escucha el último single de Cerati. Nunca le gusto Soda. Nunca ese tipo de música, pero sobre su cubrecama verde y su pieza con luces rojas en ese momento tenía sentido. Tenía sentido la situación. Tenía sentido la desilusión. Tenía sentido.
Agarraron Vicuña Mackenna hacía el centro. Tres de la mañana. Aguante la música de mierda. El rock puro que te cuestiona. Oscar abre la ventana. Oscar vomita mientras Marcelo le cuenta que no sabe que hacer con Mariana. Le cuenta que esta pegada, que no puede superar sus trancas mientras Oscar se limpia y saca un cigarro.
Mariana sigue esperando. La tarde sigue avanzando. La tarde se hace bien tarde.
Martina abre las puertas del baño. Sube el volumen cuando escucha algún disco viejo de su padre. Piensa cosas. Piensa cosas que no tienen nada que ver con su vida. Piensa que vive otra vida. Piensa que es reservada. Piensa que no le gusta fumar cogollos. Piensa que no le gusta el sexo. Piensa mientras sonríe con los labios pintados frente al espejo de su baño.
Oscar da consejos a Marcelo sobre como conocer minas en lugares donde es difícil que una mina pesque. Marcelo hace como que escucha, pero piensa en Mariana. Y piensa en Martina. Y piensa en las mujeres que cree que le gustan. Cruzan Plaza Italia. Prenden la radio y se quedan callados. Paran.
Martina se queda dormida en el living viendo alguna mala película en el cable.
Mariana se cansa. Bota el quinto cigarro. Se va a su casa.
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