
Este es el comienzo y estas otras las pequeñas partes que se unieron cuando estaba saliendo de la tienda de videos, cuando sentí algo de frío, cuando sentí una cierta angustia por lo que podría llegar a suceder. En eso estaba yo, cuando llegaste tú con tus palabras y tus silencios, llegaste con el tremendo egoísmo de imponer millones de pequeñas y medianas verdades frente a mis millones de inseguridades, frente a esa serie de átomos que constituyen mi existencia.
Y que escribía mal, que me quería callar, que solo esperaba que la UDI desapareciera por propio acuerdo, que Canal 13 comenzara a dictar cursos sobre condones, sexo y drogas como corresponde, que los trabajos duraran hasta las cinco de la tarde, que se ajustaran algunas diferencias tremendas y las universidades privadas comenzaran a regalar algunos pequeños condimentos guardados en sus arcas o en bibliotecas, mientras yo me fumaba un cigarro Belmont Light de cajetilla blanda, mientras miraba la Alameda atestada de personas con rostros diversos, irreconocibles, indiferentes, consumidores de imágenes y productos inservibles.
La receta esta escrita en algunos diarios, en algunos programas de televisión o en los múltiples códigos de barras que muchos entusiastas empresarios imprimieron en diversos papeles borrosos.
El centro de Santiago tiene luces naranjas, solitarias y humedas veredas que los vagos saben bien como aprovechar, los ejecutivos saben bien como eludir y otros como yo saben que sólo traen algo de miedo o pena, una especie de temblor en el paladar, una pequeña gota de sudor en la espalda que te indica que llego la hora de partir, la hora de llegar a casa, prender la televisión y olvidar cualquier sospecha de que las cosas no van bien.