Salió de la casa quebrando vidrios, le gritaba insultos al viento con una rabia que no te podrías imaginar de donde venía.
Escribía mientras caminaba y yo no lo entendía, pataleaba en las baldosas y tu te reías.
Sentía que nada funcionaba, que todo se rompía, pero como que de cierta forma él construía.
Las paredes de la casa se caían y poco le importaba.
Se rompía la cabeza tratando escribir frases cursis para que no le hicieran caso y generalmente lo lograba.
Prendía la tele, veía las notas, escuchaba casi llorando a los periodistas y a los funcionarios que como que se reían y, lamentablemente, le importaba.
Tanto le importaba que en la noche soñaba con las frases de los periodistas, las veía escritas en Futura Extra Bold, pero luego se transformaban en imágenes tridimensionales, unos especies de bloques de mierda que se caían sobre él. Se despertaba e intentaba encontrar explicaciones, contenciones, lazos inexistentes que se perdían en la blogosfera.
Se despertaba algunas horas antes del amanecer y miraba los techos vacíos de las casas vecinas, se cansaba de pensar, de tratar de cambiarlo todo, de adaptarse a todo, de no cambiar nada y aceptarlo todo. De tanto pensar en si mismo afuera se ponía a llover y en invierno tenía que ponerse el abrigo y tomar el paraguas para botarlo en medio de la calle cuando comenzara el temporal, el terremoto que le movía el piso a las certezas.
Volvió a la casa levantando polvo, sacando el barro de sus zapatos, mirando hacía adentro, imaginando que no todo tenía un proceso, que lo mas seguro era cruzar el miedo e incluso quedarse un tiempo en él, dormirse y seguir caminando, pero no como si nada hubiera pasado, como haciéndose el huevón.