Julio siempre fue un tipo tranquilo, quitado de bulla diría su Tía Alberta cuando en el discurso de Año Nuevo se le trabo la lengua y no pudo seguir hablando debido a sus ataques de timidez. Durante su niñez disfrutaba observar la Avenida que quedaba frente a su casa, ver pasar la gente, retener las diferentes rutinas que realizaban y adivinar si las volverían a repetir. Los días que mas disfrutaba Julio eran los días de feria, ya que en aquellos, todos los personajes que comúnmente veía por separado se reunían en una suerte de carnaval, donde todos gritaban, perdían la compostura, se empujaban o se hacían la vida un poco mas difícil.
La casa donde pasó sus días de infancia y de juventud puede llegar a ser otro antecedente para entender la forma de ser de Julio, una casa antigua, humilde, con piezas altas, muebles de estilos indefinidos, la mayoría toscos, pero bastante cómodos a la hora de utilizarlos, tal como Julio los definiría años mas tarde al intentar vender la casa “son feos, pero muy blandos”. Julio dormía en el segundo piso, al lado de la pieza de sus abuelos, y frente al ventanal que da a la Avenida. En el pasillo del segundo piso existía una colección de discos de su abuelo, mezclados con algunos libros de cocina y viejas novelas trasnochadas, que en las noches de invierno solía sacar junto a los discos de tango y llorar junto a ellos alguna pena pasajera frente a la ventana de su cuarto, por que hay que reconocerlo, Julio era un tipo triste, no de aquellos que les gusta vanagloriarse de ser mártires y mostrar a cualquiera su alma sensible, Julio sufría, pero muy pocas personas lograban conocer esos sentimientos.
Su familia eran sus abuelos y Camille, su prima-hermana. Su abuelo Julio Herrera, fue toda su vida un hombre trabajador, que lucho por sacar adelante a su familia, mantener una casa donde se pudiera vivir bien y entregarle educación a sus hijos. Lamentablemente olvido que para formar una familia hace falta convivir y compartir con ella, esto por que el trabajo de sastre lo dejaba tan extenuado que pocas veces se le vio compartiendo o conversando con sus hijos o con su mujer, con quien la relación solo se mantenía en los márgenes de la alcoba. Si bien las relaciones fueron así de distantes con su familia, el viejo Julio descubriría en su único nieto, un gran amigo y compañero, el único que conocería en su vida.
Por otra parte su abuela Catalina Reyes, fue una mujer de casa, que toda su vida estuvo pendiente del cuidado de hijos y nietos, sin poner jamás el más mínimo reclamo o mala cara cuando llegaba la hora de ayudarlos. Si bien en los comienzos de la relación con su esposo se considero enamorada y feliz, con el paso de los años y el alejamiento incomprensible de Julio Abuelo, una melosa amargura se fue apoderando de sus días y de su semblante. A pesar de que Julio la conoció como su abuela triste, siempre le tuvo un cariño incuestionable, y de cierta forma llego a entender la razón de su melancólica forma de ser.
Camille llego a hospedarse una semana y termino viviendo treinta años en la antigua casa de Avenida Matta, era hija de Marcelo Herrera, el hijo mayor de Julio y Catalina y a su llegada tendría unos 14 años, dos años mas que Julio. Se venia a Santiago de vacaciones, pero Marcelo junto a Jimena, su esposa, sufrieron un fatal accidente automovilístico de regreso a Valdivia y como suele ocurrir con las desgracias que ocurren en los momentos menos esperados, la muerte de sus padres condiciono la vida de Camille. A partir del accidente los abuelos la adoptaron como una hija, más que una nieta, haciendo la diferencia con Julio, que a partir de entonces seria su único nieto.
sábado, diciembre 13, 2003
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